—Unos caballeros, cómo va a decir uno lo contrario —afirma una de las modelos mientras la maquillan en el vestuario que ese día llamaron “de las niñas”.
—Yo pensé que iban a ser muy mirones, te digo —comenta otra.
—Y hasta tocones —dice la tercera—. A mí me advirtieron que tuviera cuidado con ellos.
—Pues nada de eso, mija. Muy serios, muy formales —ratifica la cuarta.
—Sí, unos señores.
—Unos caballeros.
El vestuario de ellas
El vestuario de las niñas es un cuarto pequeño con mesas donde reposan numerosos potingues, parafernalia de maquillaje y tazas de café. Son cuatro. Dos paisas: la rubia Kathy Sánchez, que desde hace seis años modela en Berlín, y la achinada o ajaponesada Akemi Nakamura. Una barranquillera, Paola Mendoza. Y una sanandresana, la pelirroja Tania Tenorio, que vive en Bogotá. Todas les quitan el aliento al Cronista y a los futbolistas que ocupan el vestuario contiguo.
Las cuatro visten una pequeña bata azul bajo la cual están prácticamente desnudas. En los momentos de mayor abrigo lucen una especie de tanga, diminuta y excitante versión de la pantaloneta de la Selección Colombia. En los momentos de mayor exposición al frío, a la cámara y a los ojos de los lectores llevan una microprenda llamada “el básico”, que es una diminuta tanga blanca cuyo destino fatal consiste en desaparecer en el laboratorio de Photoshop.
Llegaron a las seis y media de la mañana, dos horas antes que ellos y que casi todo el personal. Son férreamente profesionales. Posan casi desnudas bajo la llovizna sin proferir una sola queja y repiten veinte, treinta veces una pose, hasta que el fotógrafo, el maestro Alberto Oviedo, anuncia los cinco últimos disparos y allá van: cinco, cuatro, tres, dos, uno… Luego un grupito de asistentes las cubre con las batas azules y regresan a su vestuario.
Kathy es hincha del Deportivo Independiente Medellín, Akemi del Nacional, Paula del Junior y Tania del Santa Fe, quizás por presiones del Gran Jefe, aquel que desde la distancia planea y dirige al equipo de SoHo. Ninguna es aficionada al fútbol. Tania vio la teleserie La selección, pero ni ella ni las otras han visto un futbolista de cerca. Tampoco han asistido nunca a un partido ni han pisado un estadio, ni les han asaltado ganas de hacerlo. Salvo hoy, cuando visitan el estadio Metropolitano de Techo, en Bogotá, sede de los equipos La Equidad y Fortaleza, donde tiene lugar la sesión fotográfica de ellas con ellos.
En eso que ahora llaman “el imaginario popular”, uno de los mitos del deseo colectivo es el de la Hermosa Doncella y el Príncipe Azul, sentimiento calcado de los cuentos de hadas. En nuestro tiempo lo representan el Atleta —símbolo de lo viril— y la Reina de Belleza o la Modelo, epítome de lo femenino. Muchas parejas lo encarnan en la vida real: Shakira y Piqué, el defensa del Barcelona; David Beckham y una Spice Girl; la Señorita Colombia 1972, Ana Lucía Agudelo, y el goleador del Deportivo Cali Jorge Olmedo.
El vestuario de ellos
Ellos son ocho estrellas del fútbol que militaron en la selección absoluta y regalaron tardes memorables a los colombianos: Víctor Hugo Aristizábal, el Tino Asprilla, Marcos Coll, Óscar Córdoba, Willington Ortiz, el Pibe Valderrama, Iván Valenciano y Eduardo Vilarete. El mayor, Coll, tiene 78 años y el menor, Aristizábal, 42. El ambiente en su vestuario es completamente distinto al de las niñas. Abundan las ocurrencias, las anécdotas y los chistes, muchos de los cuales ruborizarían al señor procurador general de la nación. Aquí no hay batas. Tampoco desnudos, sino “viejas glorias” del balompié en calzoncillos, camisetas, medias, guayos… Los futbolistas se visten y desvisten entre risas y tomaduras de pelo, como lo hicieron durante toda la vida.
El Tino es el más hablador. Él solo animaría una fiesta. Ahora está contando de sus caballos. Son caballos de paso, que caminan con la elegancia de Franz Beckenbauer, el campeón de fútbol alemán. Tiene 12. Su preferido se llamaba Caleño y murió de infarto hace pocos meses a los 12 años. Ahora trabaja una yegua, Parafina.
Hay cuatro costeños, dos vallunos, un paisa y un tumaqueño. Aunque el encuentro ocurre en un clásico escenario bogotano, donde hace medio siglo se citaban los aficionados a la hípica para ver correr a caballos legendarios como Triguero y Tarzán, en el grupo de estrellas no hay ni un rolo. Entre bromas y recuerdos visten de nuevo el uniforme de la Selección Colombia. Piden una o dos tallas más grandes que la que solían usar, porque ahora revelan un promedio de ocho kilos más en la barriga. Solo uno de ellos, Valenciano, bajó diez kilos desde la época en que era un falso gordo y un auténtico goleador.
Esta vez no saldrán a meter goles en el prado verde sino a posar durante una larga sesión de fotografía. No hay fútbol. No hay partido. Pero sí hay nerviosismo, porque, pared de por medio, en el vestuario rival esperan cuatro bellas modelos casi desnudas.